Todas las estrellas que vemos en el cielo nocturno, pertenecen a una sola galaxia: la Vía Láctea, nuestro hogar en el universo.

Galaxias

Vía Láctea

El Sol es sólo una entre miles de millones de estrellas que forman nuestra galaxia. La Vía Láctea tiene forma de espiral (aunque para algunos astrónomos es una galaxia del tipo espiral-barrada). Su núcleo, que es la parte más brillante, está formado por antiguas estrellas, y lo rodea un halo de estrellas todavía más viejas. Las estrellas jóvenes, como el Sol, se encuentran en los brazos del espiral. Vista desde el costado, desde un millón de añntilde;os luz, la Vía Láctea tendría forma de un plato volador (como se ve en la figura 2). Nuestra galaxia no está sola en el universo, forma parte de un conjunto llamado Grupo Local que tiene alrededor de 30 galaxias. De este grupo, las galaxias más grande son Adrómeda (M32), Triángulo y la Vía Láctea

La Vía Láctea está compuesta por infinidad de estrellas muy juntas, por lo cual no puede considerarse como una verdadera nebulosa, puesto que ese aspecto es solo aparente, pudiendo resolverse en estrellas. Ejemplos de nebulosas resolubles o cúmulos de estrellas hay muchísimas.

La Vía Láctea constituye el más importante sistema de mundos, al que pertenece nuestro Sol, que se halla casi en su centro.

Los otros cúmulos, como las Nubes de Magallanes en el hemisferio sur, son otras tantas galaxias o universos, alejados del nuestro hasta cientos de miles de añntilde;os luz.

En las nebulosas propiamente tales, la materia no ha llegado todavía a considerarse en soles aislados, permaneciendo en estado casi caótico, como sucede con las nebulosas llamadas amorfas, o que no presentan una forma regular. La más hermosa de todas es la Gran nebulosa de Orión, visible a simple vista, y que mirada con un anteojo constituye un espectáculo maravilloso. Otras, como las planetarias o globulares, empiezan ya a manifestar la estructura esférica, como si fueran astros en formación, y finalmente, las espirales son inmensos torbellinos de materia cósmica y soles embrionarios lanzados a velocidades más fantásticas aún, que unas veces vemos de frente, haciéndose entonces perceptibles las espiras, semejantes a los penachos de rueda de fuegos artificiales; otras, en escorzo, alargadas, elípticas, y otras de canto, en forma lenticular, a veces atravesadas por una banda negra que corresponde al borde, como si estuviese rodeado de materia opaca. Son los llamados universo islas, de los cuales poco o nada se sabe.

Actualmente se sabe que el Sistema Solar está a unos dos tercios de su tamañntilde;o desde el centro. El nombre de Vía Láctea suele aplicarse a todo el sistema o galaxia. Las estrellas del sistema están todas unidas por la gravedad y giran alrededor de un centro distante. En el estudio de la estructura de la Vía Láctea es de fundamental importancia el conocimiento de la distancia de las estrellas. El método de paralaje para determinar estas distancias sólo se puede aplicar a unos pocos miles de las estrellas más próximas. Hay una clase especial de estrellas, las variables cefeidas, que varían de brillo en periodos que dependen de su intensidad intrínseca. La comparación del brillo observado de una estrella de este tipo con el brillo intrínseco conocido nos proporciona un medio de determinar su distancia. Siguiendo el descubrimiento de Henrietta Swan Leavitt de la relación entre el periodo y la luminosidad, Harlow Shapley utilizó las variables cefeidas, esparcidas por toda la Vía Láctea para medir su tamañntilde;o. Un rayo de luz a una velocidad de unos 300.000 Km/s necesitaría 400.000 añntilde;os para atravesar la Vía Láctea de extremo a extremo de su halo (se describe más abajo). La espiral visible mide unos 100.000 añntilde;os luz. En conjunto, la Vía Láctea está compuesta por unos 100.000 millones de estrellas que giran alrededor de un centro común. El Sol, situado a unos 30.000 añntilde;os luz del centro de la Vía Láctea, viaja a una velocidad de unos 210 Km/s y completa una revolución entera cada 200 millones de añntilde;os.

La Vía Láctea incluye gran cantidad de polvo y partículas de gas esparcidos entre las estrellas. Esta materia interestelar intercepta la luz visible emitida por estrellas distantes, de modo que los observadores en la Tierra no pueden contemplar con detalle las partes lejanas de la Vía Láctea. Se inició una nueva rama de la astronomía cuando el ingeniero electrónico estadounidense Karl G. Jansky descubrió en 1932 que las radiosondas se emitían desde la Vía Láctea. Un estudio posterior situó parte de esta radiación en la materia interestelar y parte en fuentes discretas, denominadas al principio radioestrellas. Las radiosondas emitidas por las partes distantes de la Vía Láctea pueden penetrar la materia interestelar opaca a la luz visible y permitir de esta forma a los astrónomos observar regiones ocultas a los instrumentos ópticos. Estas observaciones han revelado que la Vía Láctea es una galaxia espiral con un engrosamiento central de estrellas viejas, un disco exterior de estrellas tanto viejas como jóvenes y calientes que constituyen los brazos espirales y un gran halo de estrellas pálidas.

El núcleo de la Vía Láctea ha sido hasta hace poco una región misteriosa, oculta a la vista por oscuras nubes de polvo interestelar. Los astrónomos obtuvieron la primera descripción detallada en 1983, cuando fue lanzado el Satélite de Astronomía Infrarroja (IRAS). Liberados de los efectos atmosféricos de la Tierra que los ocultaba, los sensores a bordo del IRAS grabaron con detalles sin precedentes las posiciones y las formas de innumerables fuentes de energía infrarroja que ocupan el corazón de la Vía Láctea. Entre éstas se descubrió un objeto macizo que no era una estrella y demasiado compacto para ser un cúmulo de estrellas; se pensó que podría ser un agujero negro.

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